Por Juan Carlos Santiago
A finales del pasado mes de noviembre realizamos una magnífica travesía por estas tres cumbres con inicio y final en la población de Grazalema. Aunque el recorrido era corto, nos enfrentábamos a tres ascensiones seguidas de las que la del Peñón Grande iba a resultar la más complicada por la necesidad de "trabajarse" la arista cimera, trepándola y destrepándola con mucho cuidado dadas las pronunciadas paredes prácticamente verticales que ofrece esta magnífica montaña hacia cualquier dirección desde su cumbre.
La mañana no parecía acompañarnos porque durante todo el viaje de ida, el desayuno en Arcos y los primeros kilómetros de la travesía nos envolvió la niebla con una ligera llovizna, pero, tras pasar los llanos del Endrinal, en la base del Reloj, la niebla empezó a quedarse estancada bajo nuestros pies ofreciendo desde la cumbre un espléndido mar de nubes del que sólo sobresalían hacia el este las cimas de la sierra de las Nieves. Al acceder a la cumbre, pudimos sorprender los primeros a un numeroso rebaño de cabras montesas que estaban disfrutando del panorama. Después de un merecido descanso y ya con sol el resto del día y la certeza de tener unas condiciones adecuadas para subir al Peñón Grande, nos dirigimos por la rocosa ladera este del Simancón hasta esta segunda cumbre del día y descendimos luego a los llanos del Endrinal para comer.
La comida estuvo muy alejada de la austeridad espartana que se supone propia de nuestro grupo. Aunque faltó la lata de cerveza de medio litro ligeramente helada para disfrute exclusivo de José Luis Jiménez, que no pudo acompañarnos ese día, Carlos, como siempre, compartió sus latas de cerveza con quien quiso, distribuyó sus famosos Ferrero Rocher a todo el mundo y hasta algún cigarrito de sobremesa, pero, sobre todo, Esther nos deleitó con un magnífico pastel de carne y verdura (no recuerdo la receta, sólo que me chupé los dedos) que nos dejó a todos a punto de ponernos a sestear sobre el colchón de hierba de los llanos y bajo un plácido sol otoñal.
Pero el Piolet es el Piolet: después de despedirnos de Alberto, Laura (que nos acompañaban por primera vez), Carlos y Esther, que bajaron directamente a Grazalema porque tenían diversos compromisos en casa, el resto del grupo nos dirigimos hacia el gran reto del día, coronar el Peñón Grande, la magnífica pared rocosa que abriga y a la vez ensombrece a Grazalema por el oeste. La subida a la cresta, muy empinada, no generó ningún problema, pero una vez en ella, tras la primera trepada vertiginosa, la siguiente destrepada nos dejó a Ruth esperándonos en el collado y con la sensación de que ya había hecho bastante. El resto del grupo (Félix, Óscar, Javi, Jose y un servidor) continuamos por la cresta unos 150 metros más hasta coronar el peñón con una magnífica vista aérea del pueblo de Grazalema. Quiero reconocer especialmente el ascenso del más veterano del grupo, Félix, que se está convirtiendo en un pioletero vocacional y profesional. Con cuidado en el descenso (que también cuenta) y con la niebla que volvió a envolvernos de nuevo a las puertas de Grazalema, terminamos una espléndida travesía por la sierra.
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